domingo, 3 de febrero de 2013

ELOGIO DE LA LOCURA .- ERASMO DE ROTTERDAN

ELOGIO DE LA LOCURA
(así habla la 'locura'....)
LV. Los REYES y LA NOBLEZA CORTESANA
Pero dejo ya en buena hora a estos histriones, tan ingratos escondiendo los beneficios que de mí reciben como deshonestos fingiendo devoción. Hace ya rato que tengo ganas de hablar un poco sobre los reyes y los cortesanos que me rinden culto con la mayor candidez y, como conviene a la gente libre, con franqueza. 
Desde luego, si tuviesen aunque fuese media onza de sentido común, ¿habría algo más triste y digno de evitarse que su existencia? Porque no creerá que vale la pena hacerse con el poder mediante el perjurio o el parricidio quienquiera que sopese para sus adentros el inmenso peso que ha de soportar sobre sus hombros quien quiera actuar realmente como un gobernante. 
El que tome el timón del Estado debe atender los asuntos públicos y no los privados y que no piense en nada más que en el provecho del pueblo: que no se aparte ni el ancho de un dedo de las leyes, de las que él es autor y ejecutor; que se responsabilice de la honradez de todos sus funcionarios y magistrados; que sea el único expuesto a las miradas de todo el mundo, que con la pureza de sus costumbres pueda, como astro benéfico, proporcionar a los asuntos humanos la mayor prosperidad o, cual cometa mortífero, causar la mayor destrucción. Que los defectos de los demás ni se perciben igual ni tienen tanta repercusión. Que el gobernante se encuentra en una posición tal que si se apartase, por levemente que sea, de lo que es honesto, enseguida se cuela la terrible corrupción de las costumbres en muchísimos individuos. Además, la condición de gobernante conlleva muchas de las cosas que suelen apartar del camino recto, como por ejemplo, los placeres, el libertinaje, la adulación, el lujo ... ; por ello, hay que esforzarse más y vigilar con mayor ahínco para no apartarse de su obligación en ningún aspecto. En fin, que, dejando aparte intrigas, odios y los restantes peligros y temores, acecha sobre su cabeza el Rey verdadero, que poco después le ha de pedir cuentas incluso de las culpas más insignificantes, y ello con severidad tanto mayor cuanto más importante haya sido el poder que ha ejercido. 
Estas cosas -digo yo- y muchas otras por el estilo, si el gobernante las meditase para sí -y las meditaría si tuviese buen juicio-, no podría conciliar el sueño ni tomar bocado a gusto, según me parece. En cambio, actualmente y gracias a mi ayuda, dejan todas estas preocupaciones en manos de los dioses; ellos, por su parte, se dan la gran vida y no permiten que les hable nadie que no sepa contar donaires, no vaya a ser que les surja alguna inquietud espiritual. 
Creen haber cumplido digna y cabalmente con el papel de príncipes si van de caza con frecuencia, crían hermosos caballos, venden magistraturas y gobernadurías en su propio beneficio, e imaginan todos los días nuevos sistemas con los que menguar los bienes de los ciudadanos y barrerlos para casa. Pero lo hacen de la manera adecuada, encontrando pretextos, de modo que, por muy injusta que sea la acción, ofrezca, no obstante, cierto viso de equidad. Añaden con esfuerzo alguna adulación para atraerse como sea la simpatía popular. 
Hacedme ahora el favor de imaginaras a un hombre -como a veces se ven- ignorante de las leyes, casi enemigo del beneficio público, interesado en su propia molicie, entregado a los placeres, aborrecedor de la cultura, de la libertad y de la verdad, desinteresado por completo del bienestar del Estado y que lo mide todo según le venga en gana y le resulte beneficioso. Luego sumadle un collar de oro, testimonio de la coherencia de todas las virtudes; una corona adornada de piedras preciosas, que le haga tener presente que debe superar a los demás en la heroicidad de sus virtudes; además, el cetro, símbolo de justicia y de absoluta rectitud moral; y, por último, la púrpura, muestra del inmenso amor hacia el pueblo. 
Si el soberano confrontase toda esta parafernalia con su propia vida, estoy segura de que se avergonzaría de sus galas y temería que algún crítico mordaz tomase a risa y chirigota toda esta pompa teatral.
ERASMO DE ROTTERDAN

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