martes, 16 de febrero de 2010

Lope y la leyenda de las "cien doncellas"


El núcleo cuenta que el rey de Asturias Mauregato pactó con los moros un tributo anual por el cual tenía que entregarles cien doncellas de gran belleza de las cuales cincuenta tenían que ser de origen noble y las otras cincuenta de origen plebeyo; a cambio, él tendría asegurada la paz de sus tierras. El pacto siguió en vigor con sus descendientes.

Unas variantes narran que algunas de las doncellas enviadas a tierras de moros se negaron a ir y para conseguirlo se mutilaron cortándose pies o manos o desfiguraron su rostro para perder su belleza y así no resultar apropiadas para el pago del tributo.

Pero otra cuenta una historia del fin del tributo que es toda una alternativa laica y feminista a la batalla de Clavijo.

En tiempos de Alfonso II se seguía pagando este tributo y el rey designó al noble Nuño Osorio para custodiar y conducir las doncellas elegidas hasta el lugar donde se debía hacer entrega de ellas a los musulmanes. Recorrido un buen trecho del camino, una de ellas, Sancha, mujer noble, fuerte y valerosa, decidió desnudarse y hacer así el camino. Más aún, animó a las demás a que hicieran lo mismo. Fracasaron sus guardianes intentando convencerlas de que volvieran a vestirse. Cuando se les preguntaba por qué habían decidido andar desnudas, ellas no contestaban.

Pero al aparecer, cerca de León, los moros que venían a recogerlas, ellas volvieron a vestirse y es entonces cuando Sancha explicó a sus compatriotas que a la vez eran sus guardianes y verdugos, que habían ido desnudas entre ellos, porque se habían convencido de que ellos eran igual de mujeres que ellas y una mujer no siente vergüenza en andar desnuda si lo hace entre mujeres. En cambio ante los moros, hombres como Dios manda, exigía el decoro y las buenas costumbres que las mujeres anduviesen tapadas, modestas y recatadas.

Los asturianos podían soportar, en virtud de la obediencia debida y de la razón de Estado, el llevar custodiadas a cien de sus mujeres, hijas o novias, para entregarlas a los moros, que las esperaban para hacer de ellas lo que les apeteciese, pero no aguantaron que ellas se les rieran en sus morros tratándolos como a mujeres. Así que, ante tamaña afrenta, les dio un ataque de dignidad, montaron en cólera y arremetieron contra los moros y no dejaron ni uno con vida. Y no se volvió a pagar tal tributo.

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http://www.vallenajerilla.com/berceo/antoninoperez/lopeylasciendoncellas.htm

martes, 9 de febrero de 2010

Martín de Riquer


En la lejana Edad Media aparece en la Europa Meridional la figura del trovador, un poeta que dedica su vida a cantar el amor. La pasión de trovar se extiende desde reyes como Alfonso II de Aragón o Ricardo Corazón de León, hasta toda clase de laicos y de clérigos, pasando por mercaderes como Peire Vidal o señores feudales como Guillem de Berguedà, Bertran de Born o Hug de Mataplana. Creador de la poesía, el trovador lo es también de la música: escribe el poema y la música con que debe ser cantado. Todo un mundo perdido de damas y caballeros, de música y poesía... El capitulo que reproducimos corresponde a la obra «Los trovadores». (Editorial Planeta, Barcelona, 1975), del profesor Martín de Riquer, que ha alcanzado un brillante y merecido éxito internacional.


http://www.vallenajerilla.com/berceo/riquer/trovadorysumundo.htm