domingo, 3 de febrero de 2013

BRUXOS Y BRUXAS EN ESPAÑA



En una sociedad como la actual, en la que las minorías marginales tienen considerable importancia, no ha de extrañarnos que apasione en los últimos años el estudio de la brujería. En buena medida y de igual forma que otros perseguidos de la época moderna, la historia de la brujería es la historia de su persecución.
En casi todos los períodos de la historia y en casi todas las culturas se ha constatado la existencia de una determinada forma de brujería, pero pocos períodos han despertado tanto interés como el de la caza de brujas en los siglos XVI-XVII.
Durante la Alta Edad Media, la jerarquía eclesiástica se mostró bastante escéptica en el tema de la brujería, creyendo que se trataba única y exclusivamente de un fenómeno de tradición pagana.
Se negaba rotundamente la posibilidad de los vuelos nocturnos efectuados para someterse al culto de la diosa Diana. Prueba de esta actitud es el Canon Episcopi que consideraba los vuelos como una ilusión:
"Hay que añadir, además, que ciertas mujeres criminales, convertidas a Satán, seducidas por las ilusiones y los fantasmas del demonio, creen y profesan que durante las noches, con Diana, diosa de los paganos (o con Herodiade) e innumerable multitud de mujeres, cabalgan sobre ciertas bestias y atraviesan los espacios en la calma nocturna, obedeciendo a sus ódenes como a las de una dueña absoluta."
Este panorama empieza a cambiar a partir de los siglos XIII y XIV. Comienza el proceso de centralización de la Iglesia después de Avignon.En estos años se empieza a perseguir duramente cualquier posibilidad de desviación de la ortodoxia y nace la Inquisición con esta función originariamente. Es la época de la persecución de las herejías albigense y cátara, es el tiempo en que se produce el aplastamiento de los caballeros templarios.
En el IV Concilio de Letrán (que impone la confesión y comunión obligatorias anuales) se refuerza la segregación de los judíos y se obliga a los obispos a perseguir y castigar las herejías dentro de su diócesis, bajo pena de suspensión de sus cargos. Ahora se originarán, junto a los planteamientos teóricos de San Agustín, los tratados de Santo Tomás (íncubos, súcubos).
Todo este proceso va unido a una enorme difusión de los temas diabólicos que se inicia a partir de finales del siglo XIV. La Divina Comedia, en los años posteriores a la peste negra, describiendo los suplicios del infierno, es un ejemplo.
Esta expansión diabólica encuentra dos medios de comunicación que sirven para difundirla extraordinariamente: el teatro y la imprenta. En las representaciones teatrales salen y se hace referencia muy frecuentemente al diablo y sus acólitos.
A título de ejemplo podemos decir que entre los primeros incunables de Alemania y Francia aparece una historia de Satán, el Belial, de Jacques de Teramo. No olvidemos tampoco que el Martillo de las brujas (Malleus Malleficarum), el manual más importante para los cazadores de brujas tuvo 34 ediciones, entre 1486 y 1669, lo que significaría aproximadamente entre 30.000 y 50.000 ejemplares de circulación por toda Europa, pudiéndose considerar como un auténtico best-seller de la época.
Entre ediciones y reediciones se calcula que los ejemplares editados en Alemania de libros relacionados con la demonología o el demonio fueron aproximadamente unos 231.600 en la segunda mitad del XVI (1). En el mismo sentido tenemos en 1581 el Fausto de Marlowe, en 1606 el Macbeth de Shakespeare y en 1633 las Novelas Ejemplares de Cervantes, obras que tocan directa o indirectamente el tema. De esta forma, cuando en el siglo XVII comienza la caza encontramos una superestructura ideológica creada sobre esta cuestión.

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