jueves, 21 de febrero de 2013

El GUARDA DE SUSO

El GUARDA DE SUSO
LUIS CARANDEL.

"Yo soy Gonzalo de Berceo", le dijo el guarda de Suso, Tarsicio Lejárraga, a una señora de San Millán de la Cogolla que le preguntó quién fue Gonzalo de Berceo, cuyo nombre tanto oía repetir a los visitantes del pueblo. El mismo Tarsicio me contaba, citándose a sí mismo, esta respuesta que dio a la señora, y, al contarlo, repetía: «Yo soy Gonzalo de Berceo». Se ponía muy serio al decir esta frase, y en la conversación que mantuve con él el otro día llegué a la conclusión de que Tarsicio Lejárraga había terminado por creerse que él era realmente Gonzalo de Berreo. ¿Se lo habría dicho algún ilustre académico, alguno de los «cientos de académicos», en expresión del propio Tarsicio, que visitan aquellas venerables piedras? («Usted, Tarsicio, es Gonzalo de Berceo redivivo».)
Sería la una de la tarde cuando llegué a San Millán de la Cogolla, viniendo de la no lejana ciudad de Santo Domingo de la Calzada. Estaba cerrado el monasterio de Yuso. Se encontraban a aquella hora en el refectorio los padres agustinos recoletos que lo rigen, y no pudiendo visitar el monasterio de Yuso, o de Abajo, me fui para el de Arriba, o de Suso. El valle de San MiIIán es un delicioso rincón de la Rioja, un paraje, como habría dicho el viejo poeta castellano, con «gran abondo de buenas arboledas, lugar cobdiciadero para omne cansado». Los monasterios están situados a la salida del pueblo. El de Yuso, que es el mayor y el menos antiguo de los dos, y el único que actualmente está habitado, se encuentra en la hondonada del valle. Aunque conserva algunos restos románicos, su fábrica es de los siglos XVI y XVII. A algo más de un kilómetro, subiendo la empinada cuesta de la ladera de la montaña, está el monasterio de Suso, que algunos historiadores consideran la abadía más antigua de España. Aunque tiene muestras de estilos posteriores, el monasterio es fundamentalmente visigótico-mozárabe. Los restos arquitectónicos más antiguos que contiene son del siglo VI, de la época en que un humilde cura del pueblecito de Berceo, que había sido pastor en su niñez y que cuatrocientos años después de su muerte fue proclamado Patrón de Castilla , por el conde Fernán González, San Millán, se retiró a hacer vida de anacoreta en la cueva, que puede verse en el interior del monasterio. Tarsicio Lejárraga, el guarda de Suso, me mostraba el otro día la cueva, el altar donde el virtuoso eremita celebraba la Misa y el agujero practicado en el muro por el cual, según decía Tarsicio, sacaba San Millán el báculo para indicar que seguía vivo. Y me contaba cómo atraídos por su penitencia acudieron al monasterio otros abnegados varones, tales como Sofronio, Geroncio, Citronato, e incluso algunas mujeres, pues el monasterio fue dúplice, como la virtuosa Potamia, una aristócrata que llegó a este lugar huyendo de la herejía arriana. Junto al monasterio, excavada en la ladera de la montaña, hay una necrópolis descubierta no hace mucho por don Alberto del Castillo, catedrático de la Universidad de Barcelona, donde se han encontrado sepulcros antropomorfos pertenecientes a monjes y monjas, los más antiguos de los cuales datan de la época visigótica.
Con todo, y a pesar de la belleza del lugar y el interés histórico de la visita -las preciosas naves de arcos visigóticos y los maravillosos adornos realizados en el estuco por los alarifes mozárabes-, lo más notable que el viajero encuentra en el monasterio de Suso es, sin duda, su guarda, el ya dicho Tarsicio Lejárraga. Es un fornido riojano, colorado de cara, vestido al modo aldeano, aunque va uniformado en la época del año en que más frecuentemente visita Suso el turismo. El otro día, cuando estuve allí, su condición de funcionario se hacía patente sólo por el escudo de la Diputación de Logroño que adorna su boina. Tarsicio es un funcionario muy especial. Es un funcionario montaraz que pasa los trescientos sesenta y cinco días del año en solitario allá arriba, entre las piedras del monasterio. Vivir, vivo aquí; pero duermo en el pueblo de San Millón de la Cogolla, donde tengo mujer e hijos. Soy un anacoreta del siglo XX». Su condición rústica la expresa él mismo con su estilo redicho de labrador algo versado en latines. En un folleto que él mismo ha escrito para instrucción de los visitantes de Suso dice que «mis conocimientos no pueden ser completos porque mi anterior condición de labrador no me ha podido acercar a ningún aula o clase de Liceo o Universidad», y «mi condición de simple guarda me impide elaborar unas expresiones esmeradas». Siente por los profesores, académicos y estudiosos del monasterio una admiración sin límites. Una admiración sólo comparable al desprecio que siente por aquellos visitantes -veraneantes los llama- que no saben apreciar las artísticas piedras que él custodia, y que al entrar en el recinto visigótico exclaman: «¡Huy, huy, que esto se va a caer!». Por ejemplo, al dar la explicación de las preciosas cúpulas sostenidas por nervaduras de estilo califal, hace frases como ésta: «El guarda de Suso, como lorito picotero, les dirá a ustedes lo que ha oído a cientos de académicos y, en particular; a fray Justo Pérez de Urbel. Dice este gran monje ....» Y repite de memoria una frase del historiador. Al hablar de la necrópolis afirma que acompañan a su descubridor, el ilustre catedrático don Alberto del Castillo, dos señoritas de la Universidad de Barcelona, Angelines y Pitusa, llenas de delicadeza y trato para estos huesos santos aquí enterrados». Los elogios se extienden igualmente a los obreros de San Millán de la Cogolla, al frente de los cuales está don Jesús Chicote, alcalde del pueblo, hombres que hacen el trabajo con un tacto pulseado para no dañar los huesos de los que fueron nuestros antepasados, grandes y sabios santos».
Cuando recorríamos el otro día el convento de Suso, llegamos ante un altar barroco que está en uno de los extremos de la nave. Tarsicio, sin mirar al altar, hizo un gesto de desdén y dijo: «Esto es barroco». Le pregunté lo que tenía contra el barroco y le dije que si en Madrid, o en Sevilla, o en Salamanca le oían emplear ese tono desdeñoso para con el barroco, no les iba a gustar mucho. Sin quedarse «cortado», como suele decirse, exclamó: «Hombre, no es por despreciar, pero estamos hablando del siglo VI y del siglo X, y usted me viene ahora con el siglo XVIII». Y aclaró luego: «Verdaderamente, el guarda de Suso tiene una fatalidad. Y es que cuatrocientos años no le parecen nada». Nunca he visto a nadie tan identificado con su lugar de trabajo como lo está Tarsicio con las piedras de Suso. Las describe con minucioso amor: Dice: «He puesto todo el empeño posible en atender a los visitantes, e incluso no he dudado en aprender unas cuantas palabras en francés para que mis explicaciones sirvan a más gentes. Pienso que el interés, el entusiasmo y la afición por conocer todo lo que a Suso corresponde han alejado de mí la desgana y el aburrimiento». Pero la verdadera obsesión de Tarsicio es sin duda Gonzalo de Berceo, el primer poeta castellano, que nació en el pueblo de este nombre, situado a unos tres kilómetros del monasterio. Continuamente aparece Berceo en las explicaciones que Tarsicio hace de las piedras de Suso. «Yo también soy poeta -dice Lejárraga-. Tengo escritas más de doscientas poesías». Recitó una composición suya en la que hablaba del abandono de una aldea en las montañas de San Millán, y que decía algo así como «¿Dónde están?, preguntan los muertos./Ya no se oyen rezar padrenuestros,/ni las esquilas de los mansos corderos./Preguntad a los jóvenes que aquí posan muertos». Los pueblos de la zona del valle de San Millán son de los más pobres y abandonados de la Rioja. San Millán de la Cogolla, Berceo, Canillas del Río Tuerto, Cañas, el pueblo donde nació Santo Domingo de Silos; Badarán, Cárdenas, Santa María, de Valvanera se han ido despoblando en estos años. La tierra es mala y está mal repartida. Pasé por varios de estos pueblos y no vi apenas ninguna construcción nueva. Son pueblos pobres, de color de barro, que no parecen haber cambiado mucho desde que se escribieron aquí los primeros versos en lengua castellana. Tarsicio recita y glosa los versos de Gonzalo de Berceo para los visitantes: «Para nosotros los riojanos -dice-, los más hermosos que hizo fueron aquellos en que hablaba del "vaso de bon vino"». Aquí el guarda de Suso sale al paso de ciertas acusaciones que a veces se hacen a los habitantes de la región de ser demasiado aficionados al vino. «Al interpretar estos versos -dice Tarsicio- deben ustedes tener mucho cuidado. Berceo no era un juglar de esos que ponían la bolsa o la mano para que le dieran cuatro perras». La identificación de Tarsicio con Berceo llega aquí al máximo. Tampoco él es un charlatán con escudo de funcionario que trabaja por las cuatro perras. «Berceo no era un borrachín, no, no, no, no. Berceo bebía el bon vino porque nosotros, sus paisanos, hacemos como él. Cuando vamos al campo a trabajar, lo primero que hacemos es la señal de la cruz. Sacamos la bota de la alforja y echamos un buen trago de vino. Y a trabajar se ha dicho. Y Berceo, igual. Se santiagua, bebe el vaso de vino y a escribir se ha dicho -y añade-: Eso es lo que dice el guarda de Suso. La crítica del guarda de Suso es que si Berceo alaba el bon vino es para el trabajo. Ahora, ¿que a Berceo le gustaba el vino, que a Berceo le gustaban las chuletillas asadas? ¿A quién no nos gustan?».
Y así fue mi visita al monasterio y al guarda de Suso. 

SILLA DE PISTA. Revista TRIUNFO, nº 531, 2-12-1972

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