miércoles, 3 de julio de 2013

LOS ANGELES EN LA LITERATURA MEDIEVAL


LOS ANGELES EN LA LITERATURA MEDIEVAL
José Manuel Marín Ureña 
En El libro de los enxemplos concurren algunos relatos en los que ya se aprecia una tradición que establece no sólo un ángel custodio sino también un demonio individual, de modo que todo mortal se halla bajo la influencia constante del bien y el mal. Si el laconismo es la directriz seguida por la Biblia en la aportación de datos sobre los ángeles custodios, la figura de un diablo personal no obtiene ningún acercamiento. Sólo hay un comentario de San Pablo en el que cabría vislumbrar la existencia de esta entidad, aunque a veces se ha entendido que las palabras del apóstol ocultan una referencia a una enfermedad que sufría: “Y a fin de que por la grandeza de las revelaciones, no me levante sobre lo que soy, me ha sido clavado un aguijón en la carne, un ángel de Satanás que me abofetee, para que no me engría.” (2Cor., 12, 7). Lo que bíblicamente es un vacío, literariamente es una realidad. De este modo, en el ya aludido El libro de los enxemplos figura una narración en la que un monje llamado Geraldo goza de la virtud de poder visualizar el ángel bueno o el demonio que, en forma de estrella negra, acompaña a cada individuo (Sánchez de Vercial, 1860, 479). En esta historia no se plantea una cohabitación entre ángel y demonio sino la presencia de uno de ellos dependiendo de la conducta de la persona. Una simultaneidad que sí se manifiesta en el exemplum CCLXI, donde un hombre santo contempla a un monje rodeado de un diablo que va adoptando diversos aspectos femeninos y un ángel indignado por la indolencia del religioso en sus ocupaciones cristianas. Postula una posición intermedia a las dos situaciones vistas en los textos anteriormente comentados el relato CCLXV, en el que el ángel y el demonio cercan a la vez a un mortal pero con diferencias de proximidad de acuerdo con la fe demostrada por el individuo sobre el que concurren. Será en esta pequeña prosa la oración el condicionante que atrae al ángel hacia su protegido y aleja al demonio, aunque su poder se sostiene como amenaza constante.

Otro ámbito en el que el ángel comporta una importancia destacada es en los viajes de almas. Frecuentes eran las narraciones de combates que se entablaban por la posesión de las almas de los hombres entre diablos y personalidades de la corte divina. Con el fin de conseguir la salvación del mortal se devolvía el alma al cuerpo, pudiendo de esta forma realizar una penitencia. Serán habitualmente los ángeles los que se encarguen de transportar el alma al cuerpo promoviendo la resurrección de un individuo. En la Vida de Sanct Isidoro del Arcipreste de Talavera, una mujer relatará una vivencia personal de ultratumba al referir cómo su alma y la de su hijo fueron atrapadas por los demonios, pero el poder de la oración de San Isidoro liberó sus almas, siendo devueltas a sus cuerpos por la intercesión de una criatura celestial: “E vino luego un Ángel e tornónos a los cuerpos.” (Martínez de Toledo, 1962, 104).

En esta ligazón de los ángeles con las almas sobresale su especialización como psicopompos o guía de almas. Ya en la mitología grecolatina son varias las personalidades que desempeñan la labor de psicopompo. Por encima de todos, destaca la figura de Caronte y su barca, pero también Hermes tenía a su cargo el conducir a los infiernos las almas de los muertos que serían sometidas a juicio ante el tribunal de Minos, guiando de nuevo estas almas a la tierra, después de haber transcurrido mil años desde que les sorprendiera la muerte, para introducirlas en cuerpos nuevos (Humbert, 1990, 67). Orfeo se convierte por breve espacio de tiempo en guía de almas al acompañar a su Eurídice en su salida de los infiernos, mas su ansiedad lo hará fracasar. La asociación de esta tarea de conductor de almas a los ángeles no es algo innovador, pues puede verificarse en la misma Biblia. En el episodio del rico Epulón y Lázaro, este último es transportado por los ángeles al morir a los brazos de Abraham: “Y sucedió que el pobre murió, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.” (Luc., 16, 22). Conocemos también a través de las Sagradas Escrituras que el Arcángel Miguel está al cuidado de las almas de los difuntos y es él quien las pasará el día del Juicio Final separando a los elegidos y a los réprobos.

Son numerosos los testimonios literarios medievales que nos muestran a los ángeles orientando a las almas en su andadura hacia el empíreo, mas hay un sector sobre el que siempre se resalta este hecho con la pretensión de glorificar sus personalidades, los santos. Las obras hagiográficas medievales configuran como tópico constructivo la revelación de la ascensión del alma de los santos cuando fenecen. Así, podemos leer cómo los ángeles van recogiendo las almas de estos bienaventurados en la Vida de San Isidoro (Martínez de Toledo, 1962, 152), la Vida de Santo Domingo de Silos (Berceo, 1992, 131), el Poema de Santa Oria (Berceo, 1992, 188) o la Vida de San Millán de la Cogolla (Berceo, 1967, 131), aunque en la Vida de San Ildefonso será la virgen la que traslade al alma (Martínez de Toledo, 1962, 60).
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Estelas de los ángeles celestiales en la literatura medieval española
José Manuel Marín Ureña (2004)


( Demonio desnudo rodeado por una serpiente, tras el Juicio Final de Miguel Ángel, y otros estudios. Giovanni Ambrogio Figino (italiano, Milan Milan 1548-1608))

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