miércoles, 3 de julio de 2013

Estelas de los ángeles celestiales en la literatura medieval española


Los escritores medievales, aunque no con la profusión que impregna a la figura del diablo, han sabido trabajar la imagen del ángel otorgándole un estatuto literario destacado, si bien partiendo siempre de unos parámetros teleológicos bíblicos. De este modo, son tres las dimensiones funcionales del ángel que la literatura medieval va a abordar esencialmente:
1) El ángel mensajero.
2) El ángel auxiliador.
3) El ángel portador de almas.
La conceptuación del ángel en calidad de mensajero supone adentrarnos en la misión más arquetípica y tópica de estos seres alados que, como es bien sabido, se cimenta en la propia etimología del término ángel. El ángel, consecuentemente, es el medio por el que Dios transmite sus designios a los mortales, salvando la imposibilidad de un encuentro directo entre el Todo y la nada que abocaría a una disolución de ésta última. La labor de los ángeles como mensajeros está fuertemente atestiguada en diversas producciones medievales. La búsqueda de San Pelayo en el Poema de Fernán González se ejecutará gracias a la noticia de un ángel (Anónimo, 1970, 35). Se plasma aquí uno de los principales contenidos o cometidos de los mensajes de los espíritus divinos, a saber, el impulsar a un sujeto o una colectividad a un viaje o recorrido que los conduzca a otro lugar por algún motivo determinado. Semejante objetivo tiene la aparición del arcángel San Gabriel, que es además el mensajero por antonomasia, al Cid mientras sueña impulsándolo a que se marche de las tierras en las que se encuentra (Anónimo, 1990, 151). En el relato CCCLIII de El libro de los enxemplos, un ángel comunica a un santo que, si desea conocer un modelo de mujer pura, se dirija a un convento que él le indica. El propósito de inducción al viaje del mensaje del ángel cobra grandes dimensiones en el Libro de Apolonio, puesto que no sólo multiplica los destinos a los que debe ir Apolonio, Éfeso y Tarso, sino que adopta la técnica bíblica de propuesta de un espacio donde, una vez que el receptor de la voz angélica ha arribado, se deben esperar nuevas instrucciones[10].

Otra vertiente muy atendida en las misivas de los ángeles es la revelación a una mujer de su condición de encinta. Ésta es la revelación que un ángel ardiente descubre a la duquesa Beatriz en La gran conquista de Ultramar (Anónimo, 1979, 169), información que la entidad supraterrenal acompaña de un breve relato sobre la futura vida de la niña que vendrá al mundo. Este hecho parece entrar en contradicción con uno de los preceptos expuestos por Santo Tomás en su Tratado de los ángeles en cuanto al conocimiento de los sucesos futuros por parte de los ángeles: “[...] el entendimiento del ángel, como, por lo demás, cualquier otro entendimiento creado, no alcanza a igualarse con la eternidad divina, y, por consiguiente, no hay entendimiento creado que pueda conocer los futuros tal como son en sí mismos.” (1959, 731). No obstante, Juan de Mena no dudaba en calificar a la Providencia como “Angélica imagen [...]” (1989, 216) en el Laberinto de Fortuna.

Aunque no es habitual en los enviados divinos ya que la revelación fina en el límite en el que el misterio pervive, el ángel que se aparece a Beatriz en La gran conquista de Ultramar no propone ninguna objeción cuando la duquesa ansía conocer cuál es el linaje del Caballero del Cisne. Resultado similar obtiene la exigencia de un hombre que no se levantará hasta haber recibido una explicación de por qué un buen religioso ha sido muerto por un animal en una celda mientras que un malvado rico es enterrado con grandes honores, según nos cuenta El libro de los enxemplos (Sánchez de Vercial, 1860, 456). Estas historias abren la puerta a una variación en la significación de los mensajes angélicos que se orienta hacia una vía en la que la información de lo comunicado no interesa como fin en sí mismo sino como conducto a través del cual se aclara un enigma informativo externo, esto es, el contenido de la transmisión del ángel no es sino la traducción verbal de un acontecimiento oscuro que debe ser descifrado para su comprensión. En suma, el ángel actúa como intérprete de una visión encriptada[11], lo cual favorece la utilización en esta modalidad de relatos de la alegoría como procedimiento que sirve para la articulación de la escena que desde la perspectiva humana se muestra inaprehensible. En El libro de los enxemplos el alma de un hombre observa con ignorancia el paisaje de un valle negro envuelto en tinieblas con cuatro fuegos. Serán los ángeles quienes iluminen el pensamiento del mortal al dilucidar que el valle no es sino nuestro mundo, y las llamas, una representación de los cuatro pecados que destruyen el mundo: mentira, codicia, discordia y crueldad (Sánchez de Vercial, 1860, 507). En la narración CCCXCV del ejemplario que acabamos de citar, un religioso que es conducido al infierno necesita las palabras de un ángel para entender el sistema de tortura que contempla.
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Estelas de los ángeles celestiales en la literatura medieval española
José Manuel Marín Ureña

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