viernes, 18 de enero de 2013

María Pérez Balteira y Alfonso X

Otra de las cantigas eróticas de Alfonso el Sabio va dirigida a María Pérez Balteira, célebre soldadera y cortesana, sin duda un personaje de primera fila de la historia galante medieval. Aunque conocida ya en la Corte en los últimos años del reinado de Fernando III, su belleza, arte y vida escandalosa brillaron sobre todo bajo Alfonso.
Un curioso diploma fechado en 1257 nos presenta a María Pérez otorgando una donación al monasterio cisterciense de Sobrado (4). A cambio de unas tierras heredadas de su madre y de los servicios que ella misma en persona se obligaba a prestar a los monjes «como familiar e amiga», la Balteira recibiría una renta vitalicia y, a su muerte, un honorífico entierro.
No especifica el documento cuáles eran los servicios que la Balteira se comprometía a conceder a los buenos frailes. Pero, conociendo los encantos e inclinaciones personales de doña María y el relajamiento de las costumbres monacales, nos inclinamos a pensar que se trata de cierta prestación amatoria o derecho de pernada.
Sabemos que los monjes de Sobrado apreciaban en su valor este tipo de contribuciones en especie. En efecto, solían llevarse con ellos durante dos o tres días a las mujeres de sus colonos para facer fueros, no sabían cuales. Hasta que el merino mayor de Galicia suprimió en 1347 dicho servicio por mal e deshonestidad.
No excluímos, por supuesto, que piadosas intenciones y sentimientos se mezclaran en estas actividades más bien carnales. En el caso de la Balteira, nos consta que era mujer de fe vibrante y vigorosa. Lo prueba su peregrinación a Tierra Santa como cruzada, que realizó en cumplimiento de un voto, alrededor de 1257. Sus colegas de juglaría y de liviandad no dejaron de comentar con sarcasmo esta manifestación de fervor cristiano de la licenciosa soldadera. Así exclama Pero da Ponte en una de sus cantigas de escarnio, llena de alusiones obscenas:
Ya nuestra cruzada María Pérez vino de Ultramar, tan cargada de indulgencias, que no se puede con el peso tener derecha. Las indulgencias, y todas las perdió con cuidado, como algo muy precioso, pero la maleta de María Pérez no tiene cerradura y los mozos del lugar se la trastornan a cada momento,'húrtanle las indulgencias, y todas las perdió como cosa, al fin, mal ganada (5).
Otros trovadores nos hablan también de la Balteira en sus versos. Aluden a sus amoríos, su mal perder en el juego, sus peregrinaciones por Palestina y tierra de moros. El mismo Alfonso X dedicó una obscena cantiga a las relaciones de la alegre soldadera con cierto fu ncionario llamado Juan Rodríguez.
La cantiga, cuya sustancia poética son las innumerables insinuaciones eróticas, está construida sobre un argumento muy sencillo: la Balteira encarga a Juan Rodríguez que le construya una casa de madera; para complacerla, éste debe calcular las medidas exactas de los troncos que va a necesitar.
Si lo quieres hacer bien -le instruye la Balteira-, de buena medida la debes coger, así y de ninguna manera más pequeña. Esta es la madera adecuada " si no, yo no os la señalara. Y como ajustada se ha de meter, bien larga toda ella ha de ser para que vaya entre las piernas de la escalera. Esta es la medida de España, no la de Lombardía o de Alemania; y porque sea gruesa no os parezca mal, pues si es delgada no sirve para nada.
- Se ben queredes fazer,
de tal midida devedes a colher,
assi e non mear, per nulha maneira.
E disse: -Esta é a madeira certeira,
e, de mais, nona dei eu a vos sinlheira;
e pois que s' en compasso á de meter,
atan longa deve toda de ser,
que vaa per antr'as pernas da'scaleira. (. . .)
E diss': -Esta é a midida d'Espanha,
ca non de Lombardía nen d'Alamanha;
e por que é grossa, non vos seja mal,
ca delgada pera greta ren non val (6)
Aún brillaría bastantes años en la Corte castellana la bella soldadera. Con su habilidad en el canto, la danza, la poesía y otras artes más tiernas siguió enamorando a. juglares y poetas, Pero de Ambroa anduvo loco por ella y Pero Mafaldo se confiesa muy coitado por amores de la Balteira.
Mujer dinámica y andariega acompaña a las huestes del rey, comparte sus campamentos y las zozobras del combate y alegra con sus gracias las duras jornadas de los guerreros, Los últimos destellos de su singular personalidad se admiraron durante la azarosa campaña de Andalucía de 1262 a 1265.
En conexión con una conspiración de la nobleza castellana contra Alfonso X se produjo por esos años una sublevación de los reyes moros de Murcia y de Granada, tributarios ambos de Castilla. Los rebeldes de Murcia fueron sojuzgados por Jaime I de Aragón, en un generoso gesto de solidaridad. De la sumisión de Granada se ocupó el mismo Alfonso. Consta en documentos históricos que la Balteira contribuyó de manera especial y personalísima al triunfo de su soberano.
Recordando el dicho de «divide y vencerás», Alfonso X concibió el proyecto de debilitar al rey granadino provocando la escisión de los malagueños. Para ello envió una embajada secreta, en la 'que figuraba María Pérez, para que se entrevistase con los hermanos Beni Escaliola o Axkilula, caudillos árabes de Málaga, Guádix y Comares. Los Beni Escaliola se resistieron por un tiempo a pactar con Castilla. La Balteira tuvo que poner toda la carne en el asador. Aseguran los cronistas que para lograr su propósito hubo de seducir a uno de los Escaliola (7).
La victoria se celebró con toda suerte de poemas conmemorativos. La razón de Estado impidió revelar a toda luz la naturaleza de los argumentos esgrimidos por la Balteira durante las negociaciones. Pero lo que podemos leer entre líneas es suficiente:
Ya sabíamos que la Balteíra tenía potestad de excomulgar, pues desde tíempos del Rey Fernando excolmulgó a muchos que le pagaron muy bien por ello; pero ahora buscó a un patriarca Fí de Escaliola, el cual recibe de La Meca este poder de soltar y absolver, y ella dice que el poder que Dios otorgó a Roma no vale nada (8).
La popularidad de la Balteira alcanzó proporciones increíbles también en Andalucía. Cuando la gente pedía noticias de la frontera, lo primero que preguntaba era sobre las andanzas de María Pérez. El rey recompensó con esplendidez sus servicios.
Cuando, con el paso de los años, la Balteira sintió que las fuerzas y galas de la juventud la abandonaban se retiró a su Galicia natal. Seguramente se estableció no lejos de Sobrado, donde seguiría cobrando su renta anual. Los trovadores nos la retratan al pie del confesonario, repasando su conciencia y lamentando su único pecado:

Soo vella, ay capeIlam
(«Ay, padre, soy vieja»).

El miedo a la muerte, tan arraigado en aquellas tierras, le obligaba a tener siempre a su lado a cierto clérigo para que la defendiera del diablo. Pero luego se compadecía del pobre fraile y, como limosna, le hacía compartir su lecho. Pero de Ambroa, su enamorado, protestaba de semejante abuso. No había derecho a que la vieja ramera malgastase con un miserable clérigo los ahorros ganados en la casa del rey (9).
No creemos que a Alfonso el Sabio le preocupara demasiado cómo administraba sus bienes su antigua protegida. El torbellino de la guerra, de las intrigas familiares y de la pasión política o cultural fue absorbiendo cada vez más los desvelos del monarca.

Luis Alonso Tejada

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