miércoles, 23 de enero de 2013

iter francorum

Con frecuencia los testimonios diplomáticos insisten en la distinción, dentro de las comunidades urbanas, de dos grupos sociales nacionales, como veíamos que hacían algunos ordenamientos locales de la primera época y como harán también, a mediados del siglo XII con el establecimiento de merinos propios para castellanos y francos, los fueros de Oviedo (1145) y Sahagún (1152). 

Paralelamente, en las series documentales de las ciudades y villas del Camino se hacen presentes como actores o testigos de negocios jurídicos, vecinos cuyos onomásticos revelan inequívocamente su procedencia ultrapirenaica, formando con frecuencia grupos muy numerosos que nos permiten medir la importancia que, en cada caso, tiene la implantación de esas colonias extranjeras. En no pocos casos el topónimo o gentilicio que acompaña al nombre de bautismo contribuye a perfilar la procedencia de sus portadores: Petrus Franco, Juan Borgoñón, Beltrán de Tarascón, Bernardo de Caorz, Martín Gascón, Pedro Bretón, Martín Alemán, Guillelmus Pettavin, Pedro Lombart, Guilem Engles, Pascual de Limoias, etc. En gran medida los repobladores extranjeros son francos de origen, de las diversas regiones del vecino país, desde Provenza y Gascuña hasta Bretaña, Normandía o Borgoña. En mucho menor número vienen de otros países europeos: los hay alemanes, italianos, ingleses o incluso de otras áreas más distantes.

La misma documentación que nos revela la presencia de numerosos asentamientos de francos en las ciudades del Camino de Santiago aporta también noticias sobre la activa circulación en esas ciudades de moneda francesa: sueldos anjovinos, turonenses, mergulieses... Ya los datos de la onomástica franca incorpora igualmente las referencias de una nueva toponimia urbana indicativa de aquellos asentamientos: la existencia de barrios o burgos de francos (vicus francorum, burgo francorum) o de calles de francos (rua francorum, rua francisca, vía francigena, calle francorum, strata francorum, rua gascona, camino francisco, Broteria...) se detecta en la práctica totalidad de las localidades del Camino, por lo menos en las de cierta entidad urbana. También encontramos con frecuencia en ellas iglesias y alberguerías puestas bajo la advocación de titulares que revelan que los pobladores han trasplantado las particulares devociones y cultos de su lugar de origen a sus ciudades de destino, incluso algunas tan distantes como Oviedo, donde a principios del siglo XIII existía una alberguería puesta bajo la advocación de Nuestra Señora de Rocamador. En las ciudades y villas más importantes del Camino que actuaron desde fines del siglo XI como centros receptores de inmigrantes ultrapirenaicos y durante una fase de coexistencia con la población autóctona que puede prolongarse, con las inevitables variantes locales, hasta finales del siglo XII o incluso en algunos lugares hasta principios de la siguiente centuria, el comportamiento colectivo de esos pobladores extranjeros presenta una serie de ragos que permiten caracterizarlos como verdaderas colonias, con las connotaciones que tal conceptuación comporta en el seno de las sociedades medievales y que para el área castellano-leonesa analizaría magistralmente J. Gautier Dalché hace algunos añoso

Los inmigrantes de ultrapuertos, al menos en la fase inicial de sus asentamientos, tienden a la concentración espacial en los marcos urbanos receptores, estableciéndose, como antes apuntábamos, en barrios o calles que les son propios y que suelen localizarse en relación con las travesías, intra o extra muros del Camino de Santiago. En el espacio navarro la localización de los francos en barrios cerrados se manifiesta aún más acusadamente y por más tiempo que en las poblaciones castellano-leonesas.


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