viernes, 31 de octubre de 2008

El viaje en el Camino de Santiago


La viuda de Bath, curtida coleccionista de rutas de peregrinación y de maridos; la inagotable -y suponemos que agotadora- Etheria, los trotamundos y giróvagos de ambos sexos que en los siglos medievales se agenciaban la vida rodando de abadía en castillo y de santuario en hospital, son tipos que no mueren. Los vemos todos los días, confundidos ahora entre la multitud de gente que viaja por necesidad y con un objetivo concreto, pero son los de siempre, los tocados del wanderlust, que ahora encuentran un cauce organizado en los clubs de vacaciones, los programas de la Tercera Edad, las peregrinaciones (o excursiones) a Roma, Lourdes y Fátima y los viajes iniciáticos a Katmandú y al Machu Picchu.
En la Edad Media, la gran mayoría de esta gente circulaba bajo las especies de peregrinos, juglares, buhoneros y mercaderes itinerantes. Son ellos los que han forjado la imagen más tópica del viajero. Pero esta imagen nos disfraza algo el hecho real de que en los caminos podíamos encontrarnos una gama mucho más amplia de representantes de las diversas capas sociales, y que todos ellos tenían su propio estilo y recursos a la hora de desplazarse.
Hoy día, con todas las ayudas, facilidades e información imaginables, hay gente que "sabe" y gente que "no sabe" viajar. En gran medida parece tratarse de una ciencia infusa, de ese instinto que lleva a coger la ropa adecuada, hacer bien una maleta, encontrar los buenos sitios donde comer y hacerse amigo del sobrecargo del barco. Es indudable que en el pasado las personas se dividían ya en esas dos especies, y que unos y otros, los avispados y los torpes, no vacilaban en lanzarse a los caminos, por gusto o por necesidad.

http://www.vallenajerilla.com/berceo/ferreirapriegue/saberviajaredadmedia.htm

Este artículo está enmarcado en la sección "Notas sobre el Camino de Santiago"

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