viernes, 11 de enero de 2008

Inquisición española


La bula de 1 de noviembre de 1478, promulgada por el papa Sixto IV, y un decreto de 15 de julio de 1834, constituyen respectivamente las partidas de nacimiento y defunción de la Inquisición española.
Tres siglos y medio de vida, que incluyen además el período en que el país logró la proyección más universal de su historia, justificarían cumplidamente la atención de cualquier estudioso del pasado hacía una institución que aparece con los Reyes Católicos y se extingue cuando ya había muerto Fernando VII.

Sin embargo, el interés de la Inquisición excede con mucho a su resistente cronología; y sobrepasa además con creces el carácter de una investigación erudita y fría. Pocos temas hay en nuestro pasado -tal vez ninguno- sobre el que se hayan vertido juicios más dispares y contrapuestos. Creada para resolver el problema de los falsos conversos, la lnquisición fue progresivamente adentrándose en la tupida maraña espiritual, política, administrativa y social de la monarquía española y, desde una óptica externa, pareció identificarse con ella. Muchos de los grandes problemas de la vida del país en los siglos XVI, XVII y XVIII tienen a la Inquisición como punto obligado de referencia. De ahí que los juicios sobre la historia de la España moderna sean a menudo una extrapolación de los valores que se aplican a la Inquisición misrna, y que cuestiones seculares -como la trillada alergia de los españoles a la tolerancia y a la convivencia- se hagan solidarias del temple y estilo de la Inquisición misma. Ella, en suma, constituye un paradigma de contradicción; ha parecido a muchos el baluarte del cerrilismo y la intransigencia, la causa del retraso cultural de España, y hasta la exhibición por católicos de algo inconciliable con el genuino espíritu del evangelio. La tendencia opuesta ha ensalzado al tribunal del Santo Oficio como elemento determinante de la unidad católica de España, custodia de sus rasgos espirituales más auténticos, y hasta factor operativo de la consolidación política. «Comprendo y aplaudo, y hasta bendigo la Inquisición como fórmula del pensamiento de unidad que rige y gobierna la vida nacional a través de los siglos, como hija del espíritu genuino del pueblo español», escribió al respecto Menéndez Pelayo, sin duda el más destacado representante de esa segunda tendencia. [...] (Inquisición Española de José Antonio Escudero)


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