La idea que se ha mantenido tradicionalmente sobre los duques de Nájera, rama nobiliaria surgida a finales del siglo XV dentro de la estirpe de los Manrique, ha basculado hasta ahora hacia el lado de la admiración y el respeto reverencial. Nuestros eruditos locales, con don Constantino Garrán a la cabeza, se han extasiado relatándonos la proximidad a la realeza de la que disfrutaban estos nobles, sus hazañas militares y las grandes prebendas a que se hicieron acreedores por su lealtad y servicios de armas a los monarcas a quienes sirvieron. Incluso llegó a calar la idea de que los duques habían sido grandes benefactores de la ciudad (y ahí estaba, para corroborarlo, el caso de Antonio Manrique mandando edificar el convento de San Francisco) e insobornables defensores de los derechos de la Corona, como tuvieron ocasión de demostrar ante Carlos I cuando, aprovechando su ausencia de la Península para ser coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico con el nombre de Carlos V; estalló en Nájera una revuelta en 1520 que, contagiada del impulso que habían cobrado en toda Castilla las violentas reivindicaciones de los comuneros, revistió el carácter de lucha antiseñorial contra los abusos del duque. La revuelta se sofocó de manera sangrienta y el señor ajustició sin piedad a sus cabecillas. Como señalan algunos autores, lo más probable es que, de no mediar el condestable de Castilla, Antonio Manrique de Lara habría arrasado Nájera hasta sus mismos cimientos como represalia por esa rebeldía intolerable contra su autoridad.
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