miércoles, 27 de febrero de 2013

de canciones y danzas en los pueblos de la trashumancia



LAS DANZAS PROCESIONALES DE CAMEROS Y EL NORTE DE SORIA
Javier Asensio García, Helena Ortíz Viana y Fernando Jalón Jadraque
Una línea que no coincide siempre con las cumbres del sistema Ibérico –divisorias del Duero y del Ebro– separa las provincias de Soria y La Rioja.
El límite se mete en tierras del Ebro sin un criterio coherente. En realidad se trata de un territorio montañoso con una gran homogeneidad histórica y cultural. Antes de que se crearan las actuales provincias, la mayor parte del territorio
camerano –hoy en la provincia de La Rioja– pertenecía a la entonces extensísima provincia de Soria. Esta amplia serranía ibérica fue cabeza o puerto de las cañadas soriana oriental y occidental. Los ganados sorianos ya eran nombrados en tiempos del Arcipreste de Hita –"rehalas de Castilla con pastores de Soria" reza el Libro del buen amor–. Los inmensos rebaños de estas sierras bajaron durante siglos hasta Extremadura, La Mancha y Andalucía en un continuo viaje anual de ida y vuelta. Aún quedan restos de esta secular trashumancia.
Además de estos largos viajes de norte a sur de España también se daban otras relaciones de más corto alcance. Las cumbres y laderas del puerto de Santa Inés, del Piqueras, del Cerro Castillo, de Canto Hincado o del Nocedillo no fueron obstáculo para la comunicación de los pueblos de las tierras altas de Soria con las del Camero Nuevo o Viejo. Muchas razones históricas, económicas y demográficas han potenciado los vínculos entre los habitantes de ambas laderas.
La dinastía de los Ramírez de Arellano, que durante siglos ejerció el señorío de Cameros, mantuvo su residencia habitual desde el siglo XV en la localidad soriana de Yangüas, villa que fue la capital del citado señorío.
La cañada soriana oriental –que nace en Calahorra, ciudad ribereña del Ebro– coincide en un buen trecho con el lindero de las dos provincias. Un libreto del año 1857 nos describe detalladamente todos los pueblos por los que discurre hasta alcanzar el valle de Alcudia en la provincia de Ciudad Real. La descripción no puede ser más precisa:

“Esta cañada principal viene de la provincia de Logroño y pueblos de la sierra de Cameros, a la altura de Monte Real, término de Munilla, confinando con término de Yangüas. La mojonera que divide las dos provincias y sus respectivos pueblos va por la cumbre por medio de la cañada, extendiéndose ésta ampliamente por terrenos comunes de ambos lados, aunque algunos de ellos están arbitrados sin perjuicio del paso de ganados. En esta forma va desde el sitio de Prado del Agua al quinto de Santiago.
Esta (cañada) prosigue por dicha cumbre, ocupando los términos expresados y los siguientes:
Por la izquierda: Vellosillo, Campo-Redondo, Diustes, Santa Cruz.
Por la derecha: Avellaneda, Ajamil, Laguna de Cameros, El Horcajo.
Por los sitios de: Cerro de Matazorras, cerro de Mata-acevos, collado de Matacebo, Contadero de Canto-hincado, Collado de Ajamil, Collado de Ostaza, cruza el camino de Villoslada, Cerro Castillo, La Gargantilla, Prado Cabero. En este sitio, cerca de la Venta de la Bacariza, deja la cañada la mojonera de Cameros y provincia de Logroño.” 
[...]
http://www.vallenajerilla.com/berceo/asensio/asensio.pdf

ANTONIO MACHADO

RAE, desmotar:
1. tr. Quitar las motas a la lana o al paño.

tan francigenis quam etiam ispanis



El Fuero de Logroño precisa en su introducción que dicho texto es otorgado «tan francigenis quam etiam ispanis vel ex quibus cumque gentibus vivere debeant ad foro de francos».
Es clara la mención de que las libertades allí contenidas se otorgan a todos los habitantes que vayan a poblar Logroño, esperando que una parte considerable de los mismos sean extranjeros, no hispanos, hasta el punto de que «francigenis» aparece antes que el término «ispanis». Evidentemente, en este caso, dichos francos no serían de forma exclusiva gente procedente del vecino país, sino que siendo mayoritaria esta extracción, también agruparía a alemanes, flamencos e ingleses. Defourneaux ha precisado que «camino francés» es el nombre que los textos españoles otorgan a la ruta de Santiago. La utilización de la palabra «francigeno» es común dentro de los textos y paralela a la de franco.

El río Ebro, frontera medieval entre Navarra y Castilla


Desde la caída del protagonismo najerense hasta los lustros iniciales de la política integradora de los Reyes Católicos, La Rioja recorre el tracto de la historia bajomedieval, unida como un territorio más de los pertenecientes a la monarquía castellana. Dentro de la cronología riojana podríamos señalar como hito inicial el año 1177, fecha en que el laudo de Enrique II de Inglaterra apuntó al Ebro como línea divisoria entre Castilla y Pamplona, la cota final del período habría que situarla a mediados del siglo XV, cuando en la división que sufrió la Sonsierra se adherieron definitivamente San Vicente y Abalos a La Rioja, en tanto que Laguardia y Labastida se vincularon a las Juntas Alavesas. 

Durante estos tres siglos, el ámbito de la política exterior riojana, sólo relativamente exterior, por estar La Rioja integrada en Castilla, debe observar la lucha tricentenaria por fijar la frontera con Pamplona en las cercanías del Ebro, y estudiar la creciente integración administrativa de las comarcas riojanas al sistema de merindades de Castilla, en consideración a que La Rioja calceatense y la comarca de Logroño funcionaron muy tempranamente como merindades intermedias y sometidas a éstas se registran otras de menor entidad.

jueves, 21 de febrero de 2013

El GUARDA DE SUSO

El GUARDA DE SUSO
LUIS CARANDEL.

"Yo soy Gonzalo de Berceo", le dijo el guarda de Suso, Tarsicio Lejárraga, a una señora de San Millán de la Cogolla que le preguntó quién fue Gonzalo de Berceo, cuyo nombre tanto oía repetir a los visitantes del pueblo. El mismo Tarsicio me contaba, citándose a sí mismo, esta respuesta que dio a la señora, y, al contarlo, repetía: «Yo soy Gonzalo de Berceo». Se ponía muy serio al decir esta frase, y en la conversación que mantuve con él el otro día llegué a la conclusión de que Tarsicio Lejárraga había terminado por creerse que él era realmente Gonzalo de Berreo. ¿Se lo habría dicho algún ilustre académico, alguno de los «cientos de académicos», en expresión del propio Tarsicio, que visitan aquellas venerables piedras? («Usted, Tarsicio, es Gonzalo de Berceo redivivo».)
Sería la una de la tarde cuando llegué a San Millán de la Cogolla, viniendo de la no lejana ciudad de Santo Domingo de la Calzada. Estaba cerrado el monasterio de Yuso. Se encontraban a aquella hora en el refectorio los padres agustinos recoletos que lo rigen, y no pudiendo visitar el monasterio de Yuso, o de Abajo, me fui para el de Arriba, o de Suso. El valle de San MiIIán es un delicioso rincón de la Rioja, un paraje, como habría dicho el viejo poeta castellano, con «gran abondo de buenas arboledas, lugar cobdiciadero para omne cansado». Los monasterios están situados a la salida del pueblo. El de Yuso, que es el mayor y el menos antiguo de los dos, y el único que actualmente está habitado, se encuentra en la hondonada del valle. Aunque conserva algunos restos románicos, su fábrica es de los siglos XVI y XVII. A algo más de un kilómetro, subiendo la empinada cuesta de la ladera de la montaña, está el monasterio de Suso, que algunos historiadores consideran la abadía más antigua de España. Aunque tiene muestras de estilos posteriores, el monasterio es fundamentalmente visigótico-mozárabe. Los restos arquitectónicos más antiguos que contiene son del siglo VI, de la época en que un humilde cura del pueblecito de Berceo, que había sido pastor en su niñez y que cuatrocientos años después de su muerte fue proclamado Patrón de Castilla , por el conde Fernán González, San Millán, se retiró a hacer vida de anacoreta en la cueva, que puede verse en el interior del monasterio. Tarsicio Lejárraga, el guarda de Suso, me mostraba el otro día la cueva, el altar donde el virtuoso eremita celebraba la Misa y el agujero practicado en el muro por el cual, según decía Tarsicio, sacaba San Millán el báculo para indicar que seguía vivo. Y me contaba cómo atraídos por su penitencia acudieron al monasterio otros abnegados varones, tales como Sofronio, Geroncio, Citronato, e incluso algunas mujeres, pues el monasterio fue dúplice, como la virtuosa Potamia, una aristócrata que llegó a este lugar huyendo de la herejía arriana. Junto al monasterio, excavada en la ladera de la montaña, hay una necrópolis descubierta no hace mucho por don Alberto del Castillo, catedrático de la Universidad de Barcelona, donde se han encontrado sepulcros antropomorfos pertenecientes a monjes y monjas, los más antiguos de los cuales datan de la época visigótica.
Con todo, y a pesar de la belleza del lugar y el interés histórico de la visita -las preciosas naves de arcos visigóticos y los maravillosos adornos realizados en el estuco por los alarifes mozárabes-, lo más notable que el viajero encuentra en el monasterio de Suso es, sin duda, su guarda, el ya dicho Tarsicio Lejárraga. Es un fornido riojano, colorado de cara, vestido al modo aldeano, aunque va uniformado en la época del año en que más frecuentemente visita Suso el turismo. El otro día, cuando estuve allí, su condición de funcionario se hacía patente sólo por el escudo de la Diputación de Logroño que adorna su boina. Tarsicio es un funcionario muy especial. Es un funcionario montaraz que pasa los trescientos sesenta y cinco días del año en solitario allá arriba, entre las piedras del monasterio. Vivir, vivo aquí; pero duermo en el pueblo de San Millón de la Cogolla, donde tengo mujer e hijos. Soy un anacoreta del siglo XX». Su condición rústica la expresa él mismo con su estilo redicho de labrador algo versado en latines. En un folleto que él mismo ha escrito para instrucción de los visitantes de Suso dice que «mis conocimientos no pueden ser completos porque mi anterior condición de labrador no me ha podido acercar a ningún aula o clase de Liceo o Universidad», y «mi condición de simple guarda me impide elaborar unas expresiones esmeradas». Siente por los profesores, académicos y estudiosos del monasterio una admiración sin límites. Una admiración sólo comparable al desprecio que siente por aquellos visitantes -veraneantes los llama- que no saben apreciar las artísticas piedras que él custodia, y que al entrar en el recinto visigótico exclaman: «¡Huy, huy, que esto se va a caer!». Por ejemplo, al dar la explicación de las preciosas cúpulas sostenidas por nervaduras de estilo califal, hace frases como ésta: «El guarda de Suso, como lorito picotero, les dirá a ustedes lo que ha oído a cientos de académicos y, en particular; a fray Justo Pérez de Urbel. Dice este gran monje ....» Y repite de memoria una frase del historiador. Al hablar de la necrópolis afirma que acompañan a su descubridor, el ilustre catedrático don Alberto del Castillo, dos señoritas de la Universidad de Barcelona, Angelines y Pitusa, llenas de delicadeza y trato para estos huesos santos aquí enterrados». Los elogios se extienden igualmente a los obreros de San Millán de la Cogolla, al frente de los cuales está don Jesús Chicote, alcalde del pueblo, hombres que hacen el trabajo con un tacto pulseado para no dañar los huesos de los que fueron nuestros antepasados, grandes y sabios santos».
Cuando recorríamos el otro día el convento de Suso, llegamos ante un altar barroco que está en uno de los extremos de la nave. Tarsicio, sin mirar al altar, hizo un gesto de desdén y dijo: «Esto es barroco». Le pregunté lo que tenía contra el barroco y le dije que si en Madrid, o en Sevilla, o en Salamanca le oían emplear ese tono desdeñoso para con el barroco, no les iba a gustar mucho. Sin quedarse «cortado», como suele decirse, exclamó: «Hombre, no es por despreciar, pero estamos hablando del siglo VI y del siglo X, y usted me viene ahora con el siglo XVIII». Y aclaró luego: «Verdaderamente, el guarda de Suso tiene una fatalidad. Y es que cuatrocientos años no le parecen nada». Nunca he visto a nadie tan identificado con su lugar de trabajo como lo está Tarsicio con las piedras de Suso. Las describe con minucioso amor: Dice: «He puesto todo el empeño posible en atender a los visitantes, e incluso no he dudado en aprender unas cuantas palabras en francés para que mis explicaciones sirvan a más gentes. Pienso que el interés, el entusiasmo y la afición por conocer todo lo que a Suso corresponde han alejado de mí la desgana y el aburrimiento». Pero la verdadera obsesión de Tarsicio es sin duda Gonzalo de Berceo, el primer poeta castellano, que nació en el pueblo de este nombre, situado a unos tres kilómetros del monasterio. Continuamente aparece Berceo en las explicaciones que Tarsicio hace de las piedras de Suso. «Yo también soy poeta -dice Lejárraga-. Tengo escritas más de doscientas poesías». Recitó una composición suya en la que hablaba del abandono de una aldea en las montañas de San Millán, y que decía algo así como «¿Dónde están?, preguntan los muertos./Ya no se oyen rezar padrenuestros,/ni las esquilas de los mansos corderos./Preguntad a los jóvenes que aquí posan muertos». Los pueblos de la zona del valle de San Millán son de los más pobres y abandonados de la Rioja. San Millán de la Cogolla, Berceo, Canillas del Río Tuerto, Cañas, el pueblo donde nació Santo Domingo de Silos; Badarán, Cárdenas, Santa María, de Valvanera se han ido despoblando en estos años. La tierra es mala y está mal repartida. Pasé por varios de estos pueblos y no vi apenas ninguna construcción nueva. Son pueblos pobres, de color de barro, que no parecen haber cambiado mucho desde que se escribieron aquí los primeros versos en lengua castellana. Tarsicio recita y glosa los versos de Gonzalo de Berceo para los visitantes: «Para nosotros los riojanos -dice-, los más hermosos que hizo fueron aquellos en que hablaba del "vaso de bon vino"». Aquí el guarda de Suso sale al paso de ciertas acusaciones que a veces se hacen a los habitantes de la región de ser demasiado aficionados al vino. «Al interpretar estos versos -dice Tarsicio- deben ustedes tener mucho cuidado. Berceo no era un juglar de esos que ponían la bolsa o la mano para que le dieran cuatro perras». La identificación de Tarsicio con Berceo llega aquí al máximo. Tampoco él es un charlatán con escudo de funcionario que trabaja por las cuatro perras. «Berceo no era un borrachín, no, no, no, no. Berceo bebía el bon vino porque nosotros, sus paisanos, hacemos como él. Cuando vamos al campo a trabajar, lo primero que hacemos es la señal de la cruz. Sacamos la bota de la alforja y echamos un buen trago de vino. Y a trabajar se ha dicho. Y Berceo, igual. Se santiagua, bebe el vaso de vino y a escribir se ha dicho -y añade-: Eso es lo que dice el guarda de Suso. La crítica del guarda de Suso es que si Berceo alaba el bon vino es para el trabajo. Ahora, ¿que a Berceo le gustaba el vino, que a Berceo le gustaban las chuletillas asadas? ¿A quién no nos gustan?».
Y así fue mi visita al monasterio y al guarda de Suso. 

SILLA DE PISTA. Revista TRIUNFO, nº 531, 2-12-1972

BERCEO: SOBRE FALSIFICACIONES, LITERATURA Y PROPAGANDA


BERCEO: SOBRE FALSIFICACIONES, LITERATURA Y PROPAGANDA
M. Ana Diz (Lehman College, CUNY)

En la cultura medieval la propaganda no es actividad desconocida. Piénsese en los reyes de Navarra, Aragón, León y Castilla, que tanto estimularon la creación de comunidades monásticas porque para ellos, los monasterios eran centros de propaganda para la reconquista. O en el valor noticiero y de propaganda de la actividad del juglar medieval. O en las biografías reales y, más en general, en las historias, crónicas y memorias que constituyen la historiografía medieval, y que tienen el rasgo común de ser textos de propaganda, donde no es fácil separar el interés del idealismo.12 Como los medios de comunicación en nuestra época, en la Edad Media, el clero era el artífice de la opinión pública. La labor de la iglesia consistía en propagar las manifestaciones de lo sagrado, en hacerlo accesible y presente, en insertarlo en la particularidad de un lugar y una historia local (“Hic locus est...”). El proceso puede compararse con el de la traslación de reliquias ocho siglos antes de Berceo, en tiempos de San Agustín.13 En los dos casos, se trata de abreviar la distancia que separa al creyente de lo sagrado y de establecer una red de sitios de culto, que tiene el poder de unir los distantes lugares de la geografía cristiana. Si en la Edad Media temprana, la translación de reliquias llevaba el objeto sagrado a las gentes, en época de Berceo, marcada por la clericalización de lo sagrado, son las gentes las que se trasladan hacia los centros religiosos. El románico manifiesta ese cambio profundo. Las iglesias primitivas, cuyos muros separaban el espacio sagrado del secular, tenían la estructura de una fortaleza. El parco exterior del edificio indicaba poco de lo que ocurría adentro. En contraste con ese exterior de madera, piedra o ladrillo, el arte de la iglesia se concentraba en el interior, en los colores brillantes de mosaicos, frescos, telas y metales preciosos, y sobre todo en el área del altar, en los relicarios y sarcófagos decorados de sus criptas, en los cálices y los candelabros suntuosos del altar mayor. El arte eclesiástico del primer milenio, como apunta Charles Altman, es radicalmente un arte privado, limitado al creyente, arte para la gloria de Dios y no para el efecto retórico que pueda ejercer en los hombres. Si en las iglesias construidas antes del siglo XI, una puerta es, sobre todo, una entrada o una salida, en la iglesia románica, el portal debe figurar simultáneamente la separación entre lo sagrado y lo profano y también su continuidad potencial. La puerta se vuelve espacio privilegiado que representa un programa escultórico impresionante: escenas del juicio final, parábolas, episodios conocidos de vidas de santos. El tímpano domina la plaza, el espacio secular por excelencia. Los Milagros de Berceo deben insertarse en este marco de arte evangélico, como el arte románico del portal, dirigido a un público amplio y variado, un arte que busca comunicar y convencer, en el cual la experiencia religiosa, que antes era esencialmente privada, pasa a formar parte de una escena pública y secular.

viernes, 8 de febrero de 2013

Crucero del Camino Viejo de Nájera. Arenzana de Abajo (La Rioja)


La antigüedad de Arenzana está fuera de toda duda; quedan documentos de escritores romanos donde se habla con frecuencia de esta localidad berona, que ya existía cuando llegaron los itálicos, aunque de aquella época no quedan restos, salvo restos de terra sigilata de sus antiguos alfares. 

Tuvo en tiempos varios monasterios, uno en el término de Santa Marina, donde hace poco apareció una pila milenaria. Otro en Santa Lucía (lugar en el que actualmente están las escuelas). Otro monasterio, cuya entrada está en la actualidad tapada con piedras, sita en la antigua calle de "Las Rejas",(llamada así precisamente, por las rejas que adornaban el monasterio). Es un subterráneo que estaba conectado a través de túneles con la Casa de la Inquisición(s.XV), que aún se conserva, aunque está a punto de derruirse.

Fue este un pueblo donde se controlaba la administración y la justicia, prueba de ello, es el DIEZMO (hoy convertido en bodega) y dos cruceros, uno junto al cementerio, rodeado de cuatro columnas, lo que hace suponer que estaba cubierto y el otro, paralelo, en el camino de Nájera (reportaje fotográfico), donde ahorcaban a "delincuentes" de aquella época (s. XV o XVI). Parece ser que éste es más antiguo que aquél. Es un rollo con Piedad, transformado como otros muchos, en crucero.

Crucero del Camino Viejo a Nájera.

Éste conserva la tradición de haber sido el lugar en el que eran castigadas las personas que habían cometido algún delito en el término municipal.
Su estructura consta de una grada en dado, plinto columna con capitel, entablamento, nudo redondo en templete con los seis apóstoles y crucifijo con imágenes de María y Juan a los pies. Data de la segunda mitad del siglo XVI.




martes, 5 de febrero de 2013

ELOGIO DE LA LOCURA.- Erasmo de Rotterdan


Urraca Díaz de Haro - Monasterio de Cañas (La Rioja)

Monasterio de Cañas (La Rioja)
Sepulcro gótico policromado de Urraca Díaz de Haro de finales del siglo XIII o principios del XIV. En él aparece Urraca yacente vestida de abadesa, con la cabeza sobre almohadones, un báculo con una serpiente enrollada en la parte superior y un dragón en la parte inferior. La urna se apoya sobre lobos (símbolo emblemático para los López de Haro), perros y cerdos. En sus cuatro costados se encuentran esculpidas secuencias de su subida al cielo y entierro. 

Dueñas y comadres se mesan los cabellos, lloran la ausencia de Doña Urraca, su abadesa y madre.

 Sin embargo, en la cola del cortejo, las miradas se entrecruzan. El clérigo que porta el báculo responde a la descarada sonrisa de la dueña que le antecede...; nunca sabremos el final de esta historia.

Las nuevas órdenes del siglo XI - DAVID KNOWLES


Las nuevas órdenes del siglo XI


La vida eremítica, tanto en su pureza como en su forma modificada, fue el ideal del monacato primitivo, y nunca había sido olvidada del todo como la forma más perfecta de vida monástica. San Benito, aunque subrayara las virtudes de la vida en comunidad, no dejó por eso de pagar tributo a la vocación del solitario, y los ermitaños habían seguido existiendo incluso en la Galia y en Inglaterra. Ahora bien, a finales del siglo x los ideales egipcios iban nuevamente a influir en Occidente en una época de reformas. En parte, la reacción pudo ser debida a la decadencia de la vida monástica en Italia; en parte, la influencia oriental y del monacato griego puede haberse extendido gracias a los exiliados del imperio oriental invadido por los turcos. El primer nombre famoso es, sin duda, el de un austero monje griego de Calabria, Nilus (c. 910-1005). Este y el obispo checo Adalberto, -que después sería el apóstol de Bohemia (m. 997), fueron de los primeros reformadores que visitaron e influyeron a los monjes de Roma o de sus alrededores; el monasterio de Grottaferrata. que todavía existe y que está cerca de la Ciudad Eterna, fue fundado por Nilus. Sin embargo, no hemos de considerarle como uno de los grandes promotores de la reforma. El lugar más preeminente corresponde a Romualdo de Rávena (c. 950-1027). Romualdo abandonó un monasterio cluniacense con el decidido deseo de restaurar la soledad y severidad del monacato egipcio. Su monumento fue la montaña «desierta» de Camaldolí, cerca de Arezzo, congregación de ermitaños que vivían en una lavra de pequeñas casas y se reunían solamente para las plegarias litúrgicas y determinadas comidas en común. Romualdo se basaba en la regla de San Benito, con su familiar, aunque ambigua, referencia a la vida eremítica como cumbre de la ascesis cenobítical7, y fundó un severo monasterio benedictino en el valle a los pies de Camaldolí, donde se preparaba en el curso de varios años a los que aspiraban a subir al desierto.
[...]

Las nuevas órdenes del siglo XI
DAVID KNOWLES
Benedictino. Catedrático Historia Moderna
Universidad de Cambridge

retablo del monasterio de Cañas (La Rioja)

El retablo del monasterio de Cañas, es una obra del renacimiento español del siglo XVI realizado por el escultor Guillén de Holanda y el pintor Andrés de Melgar, para la iglesia del monasterio de Santa María del Salvador de la población de Cañas.
Para el ábside central se hizo, por demanda de la abadesa Leonor de Osorio (1523-1570), un retablo en honor de la Virgen María. 

Para dejar al descubierto los grandes ventanales góticos que fueron tapados con el retablo, se procedió a su traslado a los pies del templo en el año 1975.(Véanse foto anterior del ábside)
La imagen de la Última Cena pertenece al banco del retablo.

El monasterio se creó en el año 1169 por el conde Lope Díaz de Haro y Aldonza Ruiz de Castro que donaron las tierras a la orden del Císter, y se establecieron unas monjas benedictinas que se cambiaron a la orden cisterciense. En este monasterio ingresó la fundadora cuando se quedó viuda junto con su hija Urraca López de Haro que llegó a ser abadesa. Con ella empezó la construcción de la iglesia, que consta de tres naves con crucero y tres ábsides.


"Azul y rosa": franquismo y educación femenina


"Azul y rosa": franquismo y educación femenina

Mª del Carmen Agulló Díaz 
(profesora titular del Departamento de educación comparada e historia de la educación de la Universidad de Valencia)

En el franquismo los dos componentes del nacional catolicismo, falangismo y catolicismo coinciden en la exaltación del patriarcado y la glorificación de la maternidad. Esta última como misión determinante de la vida de las mujeres, definiéndolas como productoras y reproductoras de hijos y de ideología por lo que su principal función social será la maternidad. De una característica biológica, la posibilidad de ser madres se deduce la obligación cultural de la maternidad, rodeada de un complicado sistema de valores y sentimientos que condicionan sus comportamientos. De aquí se derivará su aislamiento en le espacio privado, su separación del mundo productivo y político y el adjudicarle unos valores culturalmente definidos como femeninos, destinados a salvaguardar esta vocación maternal, supuestamente innata en la condición femenina.

Como consecuencia, si al hombre se le identifica con la razón y a la mujer con el sentimiento, mientras los varones, mediante la educación, desarrollan sus capacidades intelectuales y se forman para dominar y transformar el mundo, las mujeres perfeccionan las sentimentales encaminadas a formarlas en su papel de futuras madres y esposas. Al mismo tiempo quedará alejado de su formación todo aquello que se defina como masculino ya que estorbará en los objetivos a conseguir.

«El problema de la educación femenina exige un planteamiento nuevo. En primer lugar se impone una vuelta a la sana tradición que veía en la mujer la hija, la esposa y la madre y no la intelectual pedantesca que intenta en vano igualar en vano a los dominios de la Ciencia. cada cosa en su sitio. Y el de la mujer no es el foro, ni el taller, ni la fábrica, sino el hogar, cuidando de la casa y de los hijos, y de los hábitos primeros y fundamentales de su vida volitiva y poniendo en los ocios del marido una suave lumbre de espiritualidad y de amor (1)».

Esta educación que defiende las diferencias descansará, en el caso de las mujeres, en dos principios, como pueden ser, la separación de sexos y la feminización de la enseñanza, estrechamente relacionadas ya que parten de la base de la consideración de hombres y mujeres como seres que desempeñarán en la sociedad papeles distintos, por lo que se pretende una educación diferenciada y, para poder impartirla de manera adecuada, separada para cada sexo.

[La Biblioteca Gonzalo de Berceo agradece a Mª del Carmen Agulló Díaz (profesora titular del Departamento de educación comparada e historia de la educación de la Universidad de Valencia) que ha permitido publicar estas líneas, extracto del capítulo (pps. 243-295) "Azul y rosa": franquismo y educación femenina", incluido en el libro "Estudios sobre la política educativa durante el franquismo", coordinado por Alejandro Mayordomo y publicado por la Universidad de Valencia en 1999.]

Poda tardío , y siembra temprano , si errares un año acertarás cuatro


 Poda tardío , y siembra temprano , si errares un año acertarás cuatro
(Maestro lombardo, "la poda"; Virgilio, "Bucólicas, Geórgicas". Rawl. G. 98 r. Oxford, Bodleyan Library.)

la casa como elemento simbólico - Ladero Quesada


Uno de los elementos indispensables e identificativos de la condición nobiliaria o hidalga es el cumplimiento de una condición sine qua non: la de ser persona de «solar conocido». Pero más allá de este precepto legal, la casa es uno de los elementos claves que conforman la mentalidad aristocrática; tal y como señala Heers, «el símbolo definitivo de la unión de los clanes familiares lo constituye, además del apellido y de las armas, la casa». El palacio de la ciudad, en mayor o menor medida fortificado, y rodeado por otros palacios de los linajes aliados y de las casas de la clientela, conserva en los siglos bajomedievales todo el prestigio de un castillo feudal de los siglos anteriores.
La casa es pues el símbolo más elocuente del poder del linaje familiar y el marco de sus relaciones sociales. Barrantes Maldonado, cronista de la casa de Niebla, nos ilustra sobre el hecho de que la causa fundamental de la enemistad entre el conde don Enrique y su hermano Alonso Pérez, señor de Lepe y Ayamonte, era «el gran desconocimiento que este su hermano le hazia de no venir a su casa ni se tratar con el». El olvido de la casa solar constituye así la prueba manifiesta del cuestionamiento del pariente mayor del linaje que en ella residía y un grave peligro para la estabilidad del clan familiar. Cuando, por el contrario, se frecuentaba la casa del pariente mayor se estaba manifestando el deseo de mantener la unidad familiar, porque el solar de la familia no es sólo una residencia, es también el punto de encuentro de parientes y allegados, el lugar donde se discuten todos los temas que atañen a la familia, desde los más graves a los más lúdicos, donde se definen sus estrategias en todos los terrenos. De este modo, la casa se convierte en un factor esencial en la estabilidad del linaje y en la prueba de su continuidad; todos los mayorazgos coincidirán en vincular «las casas principales», morada de los fundadores, y en prohibir cualquier clase de enajenación de las mismas
Esta especie de concepción un tanto metafísica de la casa para los linajes nobles queda patente en un hábito bastante frecuente en las postrimerías del medievo; se trata de la costumbre existente en numerosas ciudades de cerrar la entrada de estas casas con unas cadenas que simbolizan el carácter inviolable de la mansión para la justicia. Con el paso del tiempo este hábito era reconocido como un privilegio prestigioso de las casas de caballeros y los reyes concedían su utilización como merced muy especial todavía en el siglo XVII
La construcción de un nuevo solar y el traslado consiguiente marca un hito en la historia de cada linaje, y se convierte en un símbolo de extraordinaria elocuencia de su nueva posición social, de su capacidad económica y del reforzamiento de su papel en el sistema urbano. Por mencionar un ejemplo concreto y significativo podemos referirnos al caso de Esteban de Villacreces quien, en 1460, comienza a edificar su casa principal en Jerez para dar fe de la nueva situación de su familia, recientemente emparentada con el valido regio don Beltrán de la Cueva; la ciudad trató de impedirlo pero los Villacreces concluyeron las obras en virtud de una cédula real por la que se les concedía tal merced.
Desde el punto de vista inverso, la importancia de la casa es tal que su confiscación o demolición por la justicia es uno de los máximos castigos que un linaje puede sufrir; del mismo modo, el asalto por los enemigos o la venta forzosa es la más clara muestra del declive de una determinada familia.

Las nuevas órdenes del siglo XI


La vida eremítica, tanto en su pureza como en su forma modificada, fue el ideal del monacato primitivo, y nunca había sido olvidada del todo como la forma más perfecta de vida monástica. San Benito, aunque subrayara las virtudes de la vida en comunidad, no dejó por eso de pagar tributo a la vocación del solitario, y los ermitaños habían seguido existiendo incluso en la Galia y en Inglaterra. Ahora bien, a finales del siglo x los ideales egipcios iban nuevamente a influir en Occidente en una época de reformas. En parte, la reacción pudo ser debida a la decadencia de la vida monástica en Italia; en parte, la influencia oriental y del monacato griego puede haberse extendido gracias a los exiliados del imperio oriental invadido por los turcos. El primer nombre famoso es, sin duda, el de un austero monje griego de Calabria, Nilus (c. 910-1005). Este y el obispo checo Adalberto, -que después sería el apóstol de Bohemia (m. 997), fueron de los primeros reformadores que visitaron e influyeron a los monjes de Roma o de sus alrededores; el monasterio de Grottaferrata. que todavía existe y que está cerca de la Ciudad Eterna, fue fundado por Nilus. Sin embargo, no hemos de considerarle como uno de los grandes promotores de la reforma. El lugar más preeminente corresponde a Romualdo de Rávena (c. 950-1027). Romualdo abandonó un monasterio cluniacense con el decidido deseo de restaurar la soledad y severidad del monacato egipcio. Su monumento fue la montaña «desierta» de Camaldolí, cerca de Arezzo, congregación de ermitaños que vivían en una lavra de pequeñas casas y se reunían solamente para las plegarias litúrgicas y determinadas comidas en común. Romualdo se basaba en la regla de San Benito, con su familiar, aunque ambigua, referencia a la vida eremítica como cumbre de la ascesis cenobítical7, y fundó un severo monasterio benedictino en el valle a los pies de Camaldolí, donde se preparaba en el curso de varios años a los que aspiraban a subir al desierto.
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Las nuevas órdenes del siglo XI
DAVID KNOWLES
Benedictino. Catedrático Historia Moderna
Universidad de Cambridge

domingo, 3 de febrero de 2013

ELOGIO DE LA LOCURA .- ERASMO DE ROTTERDAN

ELOGIO DE LA LOCURA
(así habla la 'locura'....)
LV. Los REYES y LA NOBLEZA CORTESANA
Pero dejo ya en buena hora a estos histriones, tan ingratos escondiendo los beneficios que de mí reciben como deshonestos fingiendo devoción. Hace ya rato que tengo ganas de hablar un poco sobre los reyes y los cortesanos que me rinden culto con la mayor candidez y, como conviene a la gente libre, con franqueza. 
Desde luego, si tuviesen aunque fuese media onza de sentido común, ¿habría algo más triste y digno de evitarse que su existencia? Porque no creerá que vale la pena hacerse con el poder mediante el perjurio o el parricidio quienquiera que sopese para sus adentros el inmenso peso que ha de soportar sobre sus hombros quien quiera actuar realmente como un gobernante. 
El que tome el timón del Estado debe atender los asuntos públicos y no los privados y que no piense en nada más que en el provecho del pueblo: que no se aparte ni el ancho de un dedo de las leyes, de las que él es autor y ejecutor; que se responsabilice de la honradez de todos sus funcionarios y magistrados; que sea el único expuesto a las miradas de todo el mundo, que con la pureza de sus costumbres pueda, como astro benéfico, proporcionar a los asuntos humanos la mayor prosperidad o, cual cometa mortífero, causar la mayor destrucción. Que los defectos de los demás ni se perciben igual ni tienen tanta repercusión. Que el gobernante se encuentra en una posición tal que si se apartase, por levemente que sea, de lo que es honesto, enseguida se cuela la terrible corrupción de las costumbres en muchísimos individuos. Además, la condición de gobernante conlleva muchas de las cosas que suelen apartar del camino recto, como por ejemplo, los placeres, el libertinaje, la adulación, el lujo ... ; por ello, hay que esforzarse más y vigilar con mayor ahínco para no apartarse de su obligación en ningún aspecto. En fin, que, dejando aparte intrigas, odios y los restantes peligros y temores, acecha sobre su cabeza el Rey verdadero, que poco después le ha de pedir cuentas incluso de las culpas más insignificantes, y ello con severidad tanto mayor cuanto más importante haya sido el poder que ha ejercido. 
Estas cosas -digo yo- y muchas otras por el estilo, si el gobernante las meditase para sí -y las meditaría si tuviese buen juicio-, no podría conciliar el sueño ni tomar bocado a gusto, según me parece. En cambio, actualmente y gracias a mi ayuda, dejan todas estas preocupaciones en manos de los dioses; ellos, por su parte, se dan la gran vida y no permiten que les hable nadie que no sepa contar donaires, no vaya a ser que les surja alguna inquietud espiritual. 
Creen haber cumplido digna y cabalmente con el papel de príncipes si van de caza con frecuencia, crían hermosos caballos, venden magistraturas y gobernadurías en su propio beneficio, e imaginan todos los días nuevos sistemas con los que menguar los bienes de los ciudadanos y barrerlos para casa. Pero lo hacen de la manera adecuada, encontrando pretextos, de modo que, por muy injusta que sea la acción, ofrezca, no obstante, cierto viso de equidad. Añaden con esfuerzo alguna adulación para atraerse como sea la simpatía popular. 
Hacedme ahora el favor de imaginaras a un hombre -como a veces se ven- ignorante de las leyes, casi enemigo del beneficio público, interesado en su propia molicie, entregado a los placeres, aborrecedor de la cultura, de la libertad y de la verdad, desinteresado por completo del bienestar del Estado y que lo mide todo según le venga en gana y le resulte beneficioso. Luego sumadle un collar de oro, testimonio de la coherencia de todas las virtudes; una corona adornada de piedras preciosas, que le haga tener presente que debe superar a los demás en la heroicidad de sus virtudes; además, el cetro, símbolo de justicia y de absoluta rectitud moral; y, por último, la púrpura, muestra del inmenso amor hacia el pueblo. 
Si el soberano confrontase toda esta parafernalia con su propia vida, estoy segura de que se avergonzaría de sus galas y temería que algún crítico mordaz tomase a risa y chirigota toda esta pompa teatral.
ERASMO DE ROTTERDAN

Vendimia en La Rioja


Miniatura renacentista italiana.


LA HISTORIA LEGENDARIA DE ALEJANDRO MAGNO



ORIENTE SEGÚN LA HISTORIA LEGENDARIA DE ALEJANDRO MAGNO: DE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA A LA ÉPOCA MEDIEVAL .
MONSTRUOS Y REINOS MARAVILLOSOS
GERARDO ALTAMIRANO
Otros aspectos orientales benéficos que deben resaltarse en la historia legendaria de Alejandro Magno son la riqueza de los monarcas orientales y sus ciudades. En la carta que escribe la reina Candace de Etiopia en respuesta al macedonio –dentro de la obra del Pseudo Calístenes– se describen los lujosos regalos que esta mítica monarca manda como recepción a los griegos. Dice la reina:

"Los embajadores que te hemos enviado, te transportan 100 barras compactas de oro puro, 500 muchachos etíopes, una corona de esmeraldas, con diez hileras labradas de incontables perlas, y 80 cofres de marfil. Además, diferentes especies de animales salvajes de nuestro país: 5 elefantes, 10 panteras domadas, 30 perros comedores de carne humana y 300 colmillos de paquidermos". (158)

Pese a que en el Alexandre no se haga ninguna mención a esta reina –aunque sí a Talestris, la reina de las amazonas (c. 1864-1888)–, cabe decir que dos son los monarcas orientales que, en el texto, eclipsan occidente por la belleza de sus cortes, sus palacios y demás posesiones. De esta manera, en una de las seis écfrasis que contiene el Libro, se habla del carro de Darío que podría ser un eco del carro de Faetón y que, a su vez, representa una imago mundi

Eran en la carreta todos los dios pintados,
e cómo son tres çielos e cómo son poblados
el somero muy claro, lleno de blanqueados,
los otros más de yuso de color más delgado. (c. 863)

O bien, de mayor interés, se habla de los palacios del rey indio, Poro, cuyo jardín se embellece con plantas y flores artificiales, hechas en metales y piedras preciosas. Un espacio que es coronado por el autómata en forma de árbol que, como axis mundi, se encuentra en el centro del vergel:

En medio del enclaustro, lugar tan acabado,
sediá un rico árbol en medio levantado,
nin era mucho gruesso nin era muy delgado,
de oro fino era sotilamente obrado.

Cuantas aves en çielo han bozes acordadas,
que dizen cantos dulces menudas e granadas,
todas en aquel árbol parçién tragitadas,
cad’ un de su natura, en color devisadas. (c.2132-2133)

[...]

Los campesinos: de la libertad a la dependencia


LA VIDA COTIDIANA EN LA EDAD MEDIA
Los campesinos: de la libertad a la dependencia
Etimológicamente dícese de las personas que viven y trabajan de ordinario en el campo. En la tradición medieval, son los laboratores o los encargados de proporcionar con su trabajo, alimento a quienes velan y oran, y los que se hallan en una situación de dependencia ante la superioridad de los que interceden ante Dios y procuran con sus armas su seguridad física.

Este arquetipo del estado del campesino medieval no es ajeno a la realidad de la frontera, si bien es cierto que las emergencias que generan sus contextos iniciales, van a graduar las transformaciones que se fueron operando en su estado individual.
Con el mismo anonimato con el que fueron estableciéndose, solo traicionado por la toponimia y la arqueología, fueron conformando el grupo más numeroso y activo de los pobladores de la Extremadura, que haría posible la incorporación de los espacios a la economía cristiana, y dotaría, al mismo tiempo, de recursos a guerreros y clérigos para la realización de sus funciones. Las garantías militares que proporcionaban las restauraciones de las ciudades fortificadas, y los criterios forales iniciales que garantizaban el acceso a la propiedad y unas condiciones de libertad personal, fuertemente contrastadas con las limitaciones existentes en sus lugares de procedencia, hicieron posible la constitución de comunidades de aldea que se extendieron por el ámbito de todos los alfoces concejiles. Muchos de ellos pudieron acogerse al estatus de caballero con el que se dotó a los poseedores de caballos, o para el que se reclamó a los detentadores de bienes suficientes. Pero la mayor parte, fueron alejándose de la guerra para dedicarse al trabajo de los campos y a las explotaciones ganaderas, alcanzando una nueva situación económica y personal.
Por distribución o por presura, el campesino de la frontera pasó a ser poseedor de predios, y en virtud de ello, tuvo acceso a la utilización de espacios comunales. No eran plenamente propietarios de las tierras ocupadas, puesto que el rey, los tenentes, o en su lugar los concejos, eran los depositarios de los derechos eminentes; lo que explicará la disposición de tierras ya ocupadas a la hora de dotar a ciertas instituciones, y así mismo la exención contenida en los fueros de nuncio y mañeria, que indican el carácter restrictivo que tenía la posesión de tierras. El hecho no fue obstáculo para que el concejo garantizara la integridad de las posesiones, facilitara la movilidad personal, al no verse adscritos a las heredades que ocupaban. La libertad, en cuanto a la posesión de la tierra y su disposición, en general, garantizada taxativamente en los fueros breves iniciales junto a la existencia de otras concesiones eximentes, eran el atractivo suficientes frente a las limitaciones y adscripciones, que por las mismas fechas conocemos al norte del Duero. Si añadimos la abundancia de tierras, las posibilidades de promoción social en la frontera y la estrecha relación con los vecinos asentados en las ciudades y los guerreros, tendremos que concluir que a pesar del riesgo de la frontera, la migración y el asentamiento fueron espectaculares en la primera mitad del siglo XII.
A cambio de la posesión de heredades y de la protección dispensada por los guerreros de los concejos, se les exigió, como contrapartida, un conjunto de prestaciones y servicios que no fueron excesivamente gravosos. Era el coste lógico de la militarización exigida en un espacio fronterizo: el pago de la fonsadera y la participación en llamadas y apellidos, garantías de sus libertades.
En medio de estas situaciones generales y comunes a la mayor parte de los campesinos, se fueron abriendo paso otras menos distantes de las viejas costumbres. Las tierras adscritas al dominio real, a los patrimonios catedralicios que empezaban a formarse, se hallaban trabajadas por campesinos dependientes, nominado s como collaciis, haciendo referencia a labriegos sujetos a cargas por habitar y trabajar tierras ajenas. Si bien gozan del estatuto general, su vinculación a tierras señoriales les obliga a la realización de sernas y otras prestaciones. Las dos situaciones debieron ser compatibles en los primeros años de control cristiano, si bien el enfranquiciamiento de los campesinos asentados en las tierras concejiles, fue la forma dominante hasta mediados del siglo XII.
Las tendencias operantes no tardaron en ir acercando situaciones y equilibrando el estado del campesino, al cambiar la función de los concejos hacia una gestión más administrativa que militar, y acrecentarse las necesidades patrimoniales del los oratores. La primera de ellas tuvo consecuencias inmediatas. Desde el reinado de Alfonso VII los documentos nos muestran cambios sensibles en la utilización de los términos que denotan la existencia de un mundo que va alcanzando su madurez, adquiere con ello mayor complejidad, y se traduce, a la postre, en mayores exigencias que las puramente relacionadas con la defensa de la frontera de la primera época. En las sucesivas donaciones realizadas a las catedrales, se incluyen exenciones de bienes y personas, indicadoras de las nuevas exigencias que han ido tomando cuerpo en los concejos para atender al soporte jurídico-adminsitrativo de dichas instituciones: montazgos, portazgos, moneda, caloñas, homicidios, postas, pechos ... Los concejos, una vez reducida o trasformada la potestad de los tenentes reales, y organizada la estructura de poder, ponían en marcha mecanismos de transferencia de rentas y servicios entre quienes labraban la tierra o cuidaban ganados en las aldeas, y quienes garantizaban la paz y el orden interior, ejerciendo la justicia y velando por la seguridad temporal desde los concejos, y por la espiritual desde los cabildos.
No hay modificaciones sustanciales que supongan un transtocamiento de los estatus iniciales contemplados en los fueros, pero si un cambio en el desarrollo de las instancias de poder, depositarias de unos derechos eminentes y una jurisdicción que va materializándose de acuerdo con el auge y el desarrollo que la sociedad iba alcanzando. De las simples necesidades militares que primaron ante la presión almorávide, se había pasado a la acumulación de exigencias, prestaciones y rentas, que nacen en la medida en la que las instituciones rectoras, laicas o eclesiásticas, conforman sus estructuras de gobierno, y quienes las ocupan pueden exigir y aplicar situaciones que estaban implícitas en la propia naturaleza de los vínculos que les unían a los concejos y a las catedrales.
No había concluido la colonización, ni la roturación, cuando se iniciaba una inflexión provocada por el encumbramiento de caballeros y clérigos catedralicios que se convertían en receptores de una parte de sus ganancias, al tiempo que sustraían sus propiedades y dependientes del proyecto común, en razón de su estatus privilegiado. Poco a poco, el campesino, y la comunidad de aldea de la que formaba parte, se vieron invadidos por la fuerza de los nuevos señores que al mediar el siglo XII dan un paso gigantesco en la homologación de sus designios de dominación.
Desde la segunda mitad del siglo XII, en consecuencia, la dominación del campesino se hizo más rigurosa y eficaz. Es el tiempo en el que caballeros villanos y clérigos asumen la dirección del concejo y de la institución catedralicia, y completan su dominación económica con sucesivas trasferencias que consolidaban los patrimonios obtenidos en la primera época. A partir de ellos se infiltran en los términos aldeanos y acceden a la explotación de las tierras comunales. Con el control de los aparatos de poder y las magistraturas, intervienen en la planificación económica del alfoz del concejo, limitando la capacidad de disposición de los campesinos.

La respuesta del campesino a las diferentes formas que fue adquiriendo la dominación de oratores y belatores, cambio la imagen que todavía se mantenía, para proyectar una realidad compleja y diversa, donde junto a las manifestaciones plurales del estado individual del campesino, se manifiesta una tendencia general hacia el incremento de las dependencias.
Las diferencias fundamentales en el estado del campesino seguían estando en tomo a la propiedad de la tierra y las relaciones de dependencia respecto a los señores y ambas situaciones fueron ahormando una distribución de papeles. Los del campesino propietario, morador de las aldeas y vecino del concejo cuya disposición sobre las tierras que ocupaba solo se hallaba limitada en la transmisión y la enajenación hacia aquellas personas ajenas a la jurisdicción del concejo. Pagaban prestaciones, heredadas de la época anterior, y satisfacían otras nuevas incorporadas por el desarrollo del concejo: pechos, yantares, paradas, portazgos, herbazgos, caloñas, etc. Los del campesino vasallo, poseedor de tierras ajenas y sometido al poder señorial de los propietarios, que debían salvaguardar los derechos de sus señores a la hora de trasmitir o enajenar sus predios y comprar su rescate; poco a poco van despareciendo las sernas y prestaciones personales que realizaban, o cuando menos se reducen y se compensan con la alimentación mientras las realizan; infurciones, martiniegas, yantares, y los derechos de la administración de la justicia, siguen siendo los mecanismos de transferencia de los beneficios campesinos destinados al mantenimiento de los señores. Y por fin, los de los que trabajan la tierra como yugueros, hortelanos, quinteros, contratados para la realización de una serie de actividades concretas a cambio de una parte de los beneficios obtenidos por su trabajo, viéndose sometidos, mientras lo realizaban a la vigilancia y exigencias de los propietarios.
En su conjunto, en cada uno de estos estados en los que se nos manifiesta el campesino, seguía gravitando de una tupida red de rentas, prestaciones, tributos, difíciles de valorar y cuantificar, pero que continúan ahondando las diferencias entre ellos, pero especialmente frente a quienes son los beneficiarios del conjunto de las exacciones. Todos ellos van viendo refrendadas legalmente sus situaciones en las redacciones extensas de los fueros concejiles o en la serie de fueros-contratos agrarios concedidos por los propietarios de las tierras que ocupaban. El proceso ha supuesto, sin duda, una regulación de las relaciones económicas y jurisdiccionales, que implica, aparentemente, un progreso frente a la arbitrariedad señorial, y una acomodación a las transformaciones que se han operado al alejarse la frontera. Pero sus resultados finales siguen poniendo de manifiesto la situación de inferioridad frente a los habitantes de la ciudad, su limitado ámbito de acción política y personal en el marco de las aldeas y sus recortados y oscuros horizontes económicos y personales ante el peso de las dependencias establecidas por concejos, catedrales y señores, o lo que es igual, ante la institucionalización feudal de bellatores y oratores.
[...]
EL RITMO DEL INDIVIDUO EN SU ESTADO: 
GUERREROS, CLÉRIGOS, CAMPESINOS Y HABITANTES DE LAS CIUDADES 
Luis Miguel Villar García
(Universidad de Valladolid)

BRUXOS Y BRUXAS EN ESPAÑA



En una sociedad como la actual, en la que las minorías marginales tienen considerable importancia, no ha de extrañarnos que apasione en los últimos años el estudio de la brujería. En buena medida y de igual forma que otros perseguidos de la época moderna, la historia de la brujería es la historia de su persecución.
En casi todos los períodos de la historia y en casi todas las culturas se ha constatado la existencia de una determinada forma de brujería, pero pocos períodos han despertado tanto interés como el de la caza de brujas en los siglos XVI-XVII.
Durante la Alta Edad Media, la jerarquía eclesiástica se mostró bastante escéptica en el tema de la brujería, creyendo que se trataba única y exclusivamente de un fenómeno de tradición pagana.
Se negaba rotundamente la posibilidad de los vuelos nocturnos efectuados para someterse al culto de la diosa Diana. Prueba de esta actitud es el Canon Episcopi que consideraba los vuelos como una ilusión:
"Hay que añadir, además, que ciertas mujeres criminales, convertidas a Satán, seducidas por las ilusiones y los fantasmas del demonio, creen y profesan que durante las noches, con Diana, diosa de los paganos (o con Herodiade) e innumerable multitud de mujeres, cabalgan sobre ciertas bestias y atraviesan los espacios en la calma nocturna, obedeciendo a sus ódenes como a las de una dueña absoluta."
Este panorama empieza a cambiar a partir de los siglos XIII y XIV. Comienza el proceso de centralización de la Iglesia después de Avignon.En estos años se empieza a perseguir duramente cualquier posibilidad de desviación de la ortodoxia y nace la Inquisición con esta función originariamente. Es la época de la persecución de las herejías albigense y cátara, es el tiempo en que se produce el aplastamiento de los caballeros templarios.
En el IV Concilio de Letrán (que impone la confesión y comunión obligatorias anuales) se refuerza la segregación de los judíos y se obliga a los obispos a perseguir y castigar las herejías dentro de su diócesis, bajo pena de suspensión de sus cargos. Ahora se originarán, junto a los planteamientos teóricos de San Agustín, los tratados de Santo Tomás (íncubos, súcubos).
Todo este proceso va unido a una enorme difusión de los temas diabólicos que se inicia a partir de finales del siglo XIV. La Divina Comedia, en los años posteriores a la peste negra, describiendo los suplicios del infierno, es un ejemplo.
Esta expansión diabólica encuentra dos medios de comunicación que sirven para difundirla extraordinariamente: el teatro y la imprenta. En las representaciones teatrales salen y se hace referencia muy frecuentemente al diablo y sus acólitos.
A título de ejemplo podemos decir que entre los primeros incunables de Alemania y Francia aparece una historia de Satán, el Belial, de Jacques de Teramo. No olvidemos tampoco que el Martillo de las brujas (Malleus Malleficarum), el manual más importante para los cazadores de brujas tuvo 34 ediciones, entre 1486 y 1669, lo que significaría aproximadamente entre 30.000 y 50.000 ejemplares de circulación por toda Europa, pudiéndose considerar como un auténtico best-seller de la época.
Entre ediciones y reediciones se calcula que los ejemplares editados en Alemania de libros relacionados con la demonología o el demonio fueron aproximadamente unos 231.600 en la segunda mitad del XVI (1). En el mismo sentido tenemos en 1581 el Fausto de Marlowe, en 1606 el Macbeth de Shakespeare y en 1633 las Novelas Ejemplares de Cervantes, obras que tocan directa o indirectamente el tema. De esta forma, cuando en el siglo XVII comienza la caza encontramos una superestructura ideológica creada sobre esta cuestión.